Hoy recordamos el papel que jugaron en la construcción de la educación pública en México dos figuras icónicas: Lauro Aguirre y José Vasconcelos, quienes pusieron los cimientos de la educación que conocemos hoy.
Hay que formar el maestro nuevo. Que formará a su vez al hombre nuevo, a la humanidad nueva; una humanidad donde se alcen como deidades la paz, la verdad y la justicia, bajo el arco triunfal de las manos que se estrechan
Lauro Aguirre
Los dos nacieron en 1882. Uno tuvo su origen en una familia modesta del norte de México; el otro fue hijo de una pareja de clase acomodada de Oaxaca. El primero murió a los 46 años; el segundo lo sobrevivió más de tres décadas. Conmemoramos el aniversario luctuoso de aquel el 4 de junio; de este, el 30 del mismo mes. Ambos son figuras emblemáticas de la gestación y desarrollo del sistema educativo mexicano moderno: educadores, reformistas, pensadores de avanzada y protagonistas de uno de los momentos más álgidos de la creación de instituciones de nuestro país.
Lauro Aguirre Espinosa nació en Santa María de Aguayo (hoy Ciudad Victoria), Tamaulipas. Gracias a una vívida inteligencia celebrada por sus maestros, al terminar la educación primaria consiguió una beca para continuar sus estudios de docente en la Escuela Normal de Profesores en la capital del país.
Concluida la formación académica, el tamaulipeco retornó a su ciudad natal, en donde se desempeñó como profesor de pedagogía y fue nombrado director de la escuela primaria anexa al Instituto Literario de Tamaulipas. Seguidor del pedagogo Enrique Rébsamen y del positivismo, Aguirre no tardó en impulsar importantes reformas en la preparación de los maestros: diseñó para ellos un nuevo modelo de estudios, exigiéndoles sustentar un examen de aptitudes técnico-prácticas y evidenciar sus conocimientos pedagógicos y científicos en general. La propuesta tuvo un impacto notable en la profesionalización, actualización y formación de los docentes.
Promovió además la educación interactiva, de manera que los alumnos socializaran y conocieran su entorno natural desde temprana edad; además, recomendaba que visitaran fábricas, jardines, museos, plantaciones, plazas públicas, circos, escuelas, ríos, etc. Formalizó asimismo la práctica de la educación física, creando gimnasios equipados con barras paralelas, trapecios, escaleras, argollas y pesas. Con todo, quizá su aportación más innovadora fue la coeducación, esto es, la posibilidad de que estudiantes de ambos géneros convivieran en el mismo salón de clases.
Para 1914 obtuvo el nombramiento de Director General de Instrucción Pública de su estado. Una de sus primeras acciones consistió en dirigirse a la Ciudad de México para buscar colaboradores y material didáctico con los cuales fortalecer sus estrategias. En aquella época de inestabilidad política y social provocada por el movimiento revolucionario, Aguirre enfrentó grandes dificultades para lograr sus objetivos. Como narró en el informe de su viaje: “Diez y siete días después de haberme hecho cargo de la Dirección General salí para la Capital de la República [en donde] adquirí material escolar [y] mobiliario para las oficinas de la Dirección y para la sala del despacho de Palacio de Gobierno. La primera adquisición vino en carros anexos al tren especial y llegó sin retardo, la segunda se detuvo en el lugar de procedencia por haberlo impedido el movimiento reaccionario de Francisco Villa” .
A pesar de ese tipo de tropiezos, bajo su liderazgo se crearon programas que pusieron a las primarias más en contacto con la vida de la comunidad, y se estableció el servicio médico escolar en las principales poblaciones del estado. Prohibió los castigos corporales y las humillaciones a los alumnos; estableció conferencias y reuniones pedagógicas periódicas, y se repartieron libros de texto como nunca antes se había hecho.
Por si sus innovaciones fueran escasas, en 1917 fundó la “escuela de la fronda”, un colegio al aire libre en donde puso en vigor la didáctica de la observación, experimentación e individualidad, sustentada en el trabajo, la disciplina y el amor a la naturaleza.
En 1922, el titular de la recién fundada Secretaría de Educación Pública, José Vasconcelos, lo nombró Jefe del Departamento de Enseñanza Primaria en el país, oportunidad que aprovechó para reformar los planes y programas de estudio. Tres años después se convierte en director de la Escuela Nacional de Maestros y comenzó una audaz transformación que, con el tiempo, daría lugar a la Escuela Normal Superior.
Según la leyenda tejida alrededor de su persona como modelo de vocación docente, en 1928 contrae neumonía; empeñado en cumplir sus responsabilidades, desdeña el padecimiento y sale de casa en medio de una copiosa lluvia para practicar exámenes en la Escuela Normal. Pocos días después, muere.
Acerca de la figura icónica de José Vasconcelos, recordemos que lo llamaron “Apóstol de la educación”. Se destacó no sólo como abogado, periodista, escritor, filósofo y diplomático, sino como el artífice de algunas de las políticas educativas más exitosas de México en el siglo XX. Impulsó la educación indígena, rural, técnica y urbana; destacó la importancia de la lectoescritura. Fue director de la Escuela Nacional Preparatoria y rector de la Universidad Nacional (al asumir el cargo pronunció una de sus más famosas frases: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”), primer Secretario de Educación Pública y candidato presidencial.
Abogó por “mexicanizar el saber”, convirtiendo la antropología y el medio natural del país en objeto de estudio. A pesar de ello, nunca perdió de vista la importancia de los clásicos universales e incentivó su lectura a través de diversas iniciativas. En este sentido, él mismo se convirtió en autor de obras fundamentales de la literatura mexicana, como Ulises criollo (su autobiografía) y La raza cósmica.
Murió el 30 de junio de 1959, tras años de recibir duras críticas por haber expresado ideas impopulares y, hasta cierto punto, reaccionarias y fascistas. Sin embargo, pocos se atreverían a cuestionar los valiosos aportes que hizo a la educación y a la cultura mexicana.
Más allá de cualquier valoración particular respecto de los idearios pedagógicos de Lauro Aguirre y José Vasconcelos, aquí queremos resaltar el hecho de que la educación es siempre un asunto dinámico y demandante, que exige la participación decidida y comprometida de los múltiples actores que participan en ella: gobiernos, políticos, especialistas, docentes, padres de familia, educandos.
Hoy se vive en México el anuncio de un nuevo modelo curricular que busca cristalizar las propuestas de la llamada Nueva Escuela Mexicana, un proyecto ambicioso que apuesta por la radical transformación no solo del currículo, sino también de la práctica en las aulas y de la concepción misma de la docencia. El modelo busca reivindicar varios de los conceptos nacionalistas, a favor de las comunidades y en rescate de los saberes de nuestros pueblos originarios, tal como propugnaron en su época Aguirre y Vasconcelos. Lo fundamental ahora es que todas y todos contribuyamos de manera crítica a su implementación, no sin antes validar su viabilidad ideológica y operativa. Y sobre todo esforzarnos por lograr un modelo educativo sólido y de largo aliento, para bien de todos los mexicanos.
Fuente original: redmagisterial.com.
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