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El menor de los males o el mayor de los bienes

Actualizado: 17 jun 2022

Hace algunos años todavía se debatía si el calentamiento global, y por ende el cambio climático, eran una realidad o una fantasía creada por científicos alarmistas. Actualmente dicho debate es casi inexistente, gente informada o desinformada, aceptamos ambos fenómenos como un hecho, debido a que en mayor o menor medida hemos sentido y observado sus efectos dependiendo de la región donde vivimos, ya sea por el incremento en el nivel del mar, el cambio en el régimen de lluvias aunado a precipitaciones inusuales por su intensidad o por su escasez, el cambio en los vientos o la presencia de temperaturas ambientales extremas. Inclusive hoy en día, hablar de cambio climático es un contenido de los planes de estudio.



Tal vez entre la población en general no sea claro cuál es la razón por la que está ocurriendo un cambio climático y quizá tampoco exista una conciencia precisa de por qué es necesario reducir la contaminación, en especial la del aire. Lo que sí está claro es que dicha contaminación puede llegar a afectarnos en la salud y en el desarrollo normal de las actividades cotidianas, en especial cuando se toman acciones gubernamentales como el “Hoy no circula” y las restricciones a la circulación en las contingencias ambientales.


Si bien existen factores para explicar el desproporcionado aumento en las emisiones de gases contaminantes como: el aumento también desproporcionado de la población, el estilo de vida y consumo actuales, las mayores necesidades de transporte de personas y mercancías, entre muchos factores más, es necesario que todas las personas tomemos medidas que permitan reducir dichas emisiones, ya sea porque tomemos conciencia de los graves efectos del cambio climático o simplemente porque sus consecuencias afectan nuestras actividades y economía. Y es aquí cuando los maestros y maestras podemos ser promotores de cambios efectivos en nuestros estudiantes y en sus familias.


Si simplificamos mucho la perspectiva, podemos decir que todo se reduce al uso y necesidad que tenemos de consumir energía para llevar a cabo las actividades de nuestra vida cotidiana. Los tipos de energía que más usamos son: los combustibles fósiles (gasolina, diésel, gas) y la energía eléctrica.


Cabe señalar que mucha de la energía eléctrica se produce en termoeléctricas a partir de combustibles fósiles. No hay que perder de vista que el objetivo es reducir las emisiones de bióxido de carbono (CO2), que se produce como resultado de la combustión, aún de combustibles no fósiles como el alcohol, para atenuar y, en el mejor de los casos, revertir el cambio climático.


Tampoco podemos esperar más tiempo. El cambio climático pone en riesgo la permanencia de la vida en nuestro planeta y obviamente de la humanidad. Tampoco podemos esperar a que sean los gobiernos quienes resuelvan el problema. Todos y cada uno de los seres humanos podemos colaborar con cambios en nuestros hábitos con el fin de reducir las emisiones de CO2. No se trata sólo de un contenido para revisar, los maestros debemos, primero, comprender el problema, concientizarnos y lograr que nuestros alumnos se unan a un esfuerzo por detener el cambio climático, porque está en riesgo su futuro y el de las próximas generaciones.


Como producto de la investigación científica y la aplicación de la tecnología, ya se cuenta con opciones de generación de energía que se ha dado en llamar “energía limpia” que, si bien tienen algunos inconvenientes, sí representan una oportunidad significativa para reducir las emisiones de CO2.


Muchos países han decidido invertir en estas fuentes de energía limpias y en algunos casos han logrado generar más de la mitad de la electricidad que consumen por estos medios.

Dichas fuentes de energía tienen varios inconvenientes:


  • Como todos los productos tecnológicos, requieren de una inversión económica

  • También en sus procesos de fabricación, transporte, instalación, operación y mantenimiento, se requiere energía de otras fuentes y el consumo de recursos naturales

  • Al concluir su vida útil, el desecho puede producir contaminantes de los que aún no se cuenta con procesos para reciclar.

Además, no pueden colocarse en cualquier lugar. Los aerogeneradores Los aerogeneradores requieren de vientos de regular intensidad y frecuencia; los campos fotovoltaicos o de energía solar se deben colocar en regiones donde la insolación promedio sea alta, las plantas hidroeléctricas requieren de una orografía e hidrografía especial y sobre todo, antes de instalar cualquier tipo de planta productora de energía es necesario demostrar mediante estudios serios que el impacto ambiental será mínimo.


Por otro lado, los beneficios de las fuentes de energía limpia también son varios. Al amortizar el costo inicial, la utilidad económica supera ampliamente a la inversión, aunque no siempre se vea reflejada en el costo al consumidor. Al comparar su productividad con las termoeléctricas resultan sumamente competitivas y lo más importante, al hacer un balance de la producción de CO2 en función del rendimiento energético, las emisiones se reducen significativamente.


Cabe aquí preguntarnos ¿cuál es el menor de los males?


En este orden de ideas y aún en los países más democráticos, sólo un puñado de personas son las responsables de tomar la decisión de optar por fuentes de energía limpia, ya sea por la inversión que representan o por cuestiones meramente de índole político, cuando el interés principal debería ser la conservación ambiental.


Mientras tanto, la inmensa mayoría de las personas nos quedamos al margen de dichas decisiones, y por tanto nos parece que éstas y las acciones, las deben tomar otros.

Pero sí podemos decidir y actuar en lo personal y lo familiar para contribuir a la reducción de las emisiones de CO2. Todo está en analizar, razonar y tomar conciencia de nuestros hábitos y cambiarlos si está en nuestras manos hacerlo. Como docentes, estamos en una posición privilegiada a este respecto, ya que como parte de la educación ambiental que proporcionamos a nuestros alumnos, también podemos ser promotores de las acciones necesarias para contribuir a la reducción de emisiones contaminantes, analizando y razonando el problema con los estudiantes, para que ellos hagan suyas las propuestas efectivas de cambio.


No pretendemos aquí presentar una lista de recomendaciones, como ya existen muchas, sino hacer un ejercicio de análisis de algunas actividades cotidianas relacionadas con el aspecto energético, cuyo resultado implique un ahorro mediante un cambio susceptible de ser llevado a la práctica. También es necesario aclarar que cada persona y cada familia debe hacer su propio análisis, por lo que como parte de nuestra práctica docente podemos reproducir este ejercicio y ampliarlo todo lo que sea necesario, con el fin de que los alumnos se apropien de él y también lo reproduzcan en sus familias.


Dijo el hombre: hágase la luz eléctrica


Casi todas las mañanas lo primero que hacemos es encender la luz y por supuesto, también lo hacemos durante la noche, pero lo importante es darnos cuenta de si estamos utilizando los focos más eficientes, de lo contrario podríamos considerar cambiarlos. Actualmente existen opciones con tecnología LED e muy bajo consumo y una producción de luz adecuada. Por supuesto, el cambio implica una inversión, pero a la larga esta inversión se amortiza con la reducción en el consumo de electricidad y por ende en la producción de CO2.


El baño matutino


Otra de las cosas que hacemos es bañarnos y aquí podemos ahorrar y reducir las emisiones de CO2 de varias maneras. Si utilizamos agua caliente, por lo general contamos con un calentador y si éste es automático consume una buena cantidad de combustible para calentar el agua y mantenerla a la temperatura requerida en todo momento, aunque solo la necesitemos unos minutos durante el día. Si nos organizamos podemos mantener el calentador apagado y encenderlo una vez al día, los miembros de la familia pueden bañarse uno tras otro, reducir el tiempo de la ducha y la última persona en bañarse podría apagar el calentador antes de su baño. De esta manera no se requiere una inversión, sólo un cambio de hábitos y el beneficio es una reducción en el consumo de energéticos que puede representar también un ahorro para la familia.


Es posible que no se quiera perder la comodidad de contar con agua caliente en todo momento y en este caso se puede reemplazar el calentador por uno más eficiente como los de paso que sólo funcionan mientras se usa el agua caliente, además se puede optar por instalar un calentador de agua solar.


Cambio de calentador

Antes de considerar hacer un cambio de esta naturaleza, es necesario averiguar si las características de nuestro hogar y la región permiten dicho cambio. Los calentadores solares requieren de una orientación y una insolación específica para operar correctamente. En México, por su posición geográfica, afortunadamente las condiciones de luz solar son óptimas por lo general, no obstante es necesario considerar que no pueden estar a la sombra de árboles o edificios y por lo general deben instalarse en conjunto con un calentador de paso. Los calentadores de paso necesitan una presión mínima y estar cerca del baño, de otra forma resultan ineficientes. Si nuestro hogar cumple con las condiciones recomendadas, en la inversión inicial, es necesario considerar no solo el costo del calentador o calentadores sino también de la instalación y la adaptación de la red hidráulica, así como de otros aparatos que sean requeridos como puede ser una bomba de presión. Al final la inversión se amortiza con un consumo mucho menor de energía y lo que es más importante con la reducción de emisiones contaminantes, sin perder en comodidad.


Consumo de agua


Relacionado con el baño, está el consumo de agua. Para que el agua llegue a las tuberías de nuestros hogares, ocurren varios procesos donde se usa energía, sobre todo al bombearla, ya sea en la red hidráulica operada por las autoridades o en el caso de que en el lugar donde vivimos sea necesario llevarla al techo de una casa o edificio. Evitar el desperdicio, usarla con mesura y resolver oportunamente fugas y goteras, sólo es un cambio de hábitos casi sin costo, al usar menos agua se usa menos energía y en consecuencia las emisiones de CO2 se reducen.


Nos alimentamos


Otra de las cosas que hacemos a diario, no solo por las mañanas sino a lo largo del día es alimentarnos. El tema de la alimentación es muy extenso por lo que abordaremos aquí sólo un aspecto. Los alimentos procesados e industrializados tienen mucho éxito entre otras cosas porque son prácticos y duran bastante tiempo, como es el caso de los cereales. No obstante, para que lleguen a nuestra mesa se requiere de una enorme cantidad de energía en:


  • El procesamiento del producto

  • La producción de los aditivos, colorantes saborizantes y conservadores que se adicionan

  • La producción de los empaques y etiquetado

  • Su transporte y distribución.

Si analizamos lo que habitualmente consumimos y hay una buena cantidad de productos industrializados, podemos sustituirlos por otros, de preferencia alimentos locales, regionales o al menos nacionales, cuando se pueda, así ganamos en economía, salud y reducción de CO2, ya que a menor industrialización y transporte menores serán las emisiones contaminantes.


Nos transportamos


Un aspecto más que podemos analizar y que hacemos casi al comenzar el día es el del transporte. Se considera que la mayor parte de las emisiones de CO2, al menos en las ciudades, es la que producen los vehículos convencionales equipados con un motor a gasolina, diésel o gas, de ahí las medidas de restricción a la circulación en la zona metropolitana del valle de México y otras grandes urbes en el mundo. En este caso podemos hacer mucho dependiendo de nuestras posibilidades y hábitos.


Si poseemos un vehículo y hacemos recorridos cortos podemos ir caminando o en bicicleta, de lo contrario optar por usar el transporte público. La idea es reducir el uso del automóvil. Sin embargo, no se puede dejar de lado el aspecto de la seguridad y exponerse a riesgos innecesarios como es el caso de la delincuencia o la falta de cultura vial. También se pueden reducir las emisiones del automóvil al programar de manera más eficiente su uso y salir menos, por ejemplo, al hacer las compras. Además, es recomendable cerciorarse de que se encuentre en condiciones mecánicas óptimas por medio de un plan de mantenimiento constante.


Otra opción en la que se puede pensar es en la de adquirir un vehículo híbrido o eléctrico, por supuesto que implica una inversión importante y su uso genera emisiones de CO2 de manera directa en los híbridos o indirecta en los eléctricos, que se cargan con electricidad producida en otro lugar, no obstante, la cantidad de CO2 que emiten es significativamente menor que la de un automóvil con motor de combustión interna.



Hasta aquí cabe preguntarnos: ¿cuál es el menor de los males o el mayor de los bienes?


Si cada uno de nosotros hacemos un análisis razonado e informado de nuestros hábitos, seguramente encontraremos algunos que podemos cambiar o adaptar con el fin de reducir las emisiones de CO2, cada gramo menos cuenta, cada acción por mínima que parezca es valiosa y como docentes tenemos la responsabilidad de hacer que nuestros alumnos estén conscientes de la importancia de corregir este problema. Sí estamos en la posición de decidir y actuar, no esperemos a que alguien más lo haga, comencemos hoy porque la suma de acciones de los habitantes humanos de este planeta puede llevar a la conservación o a la destrucción del ambiente del que dependemos para vivir.



Fuente original: redmagisterial.com.




















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