Leer no es una broma, aunque sea una de las cosas más divertidas que las personas han podido hacer desde hace mucho; es posible hacerlo en la escuela y en el jardín, en casa y en el trabajo, en el transporte, en un auto, en la caminadora y hasta en la bicicleta (con un poco de mayor riesgo).
Lo que es cierto en la lectura es la experiencia de juego. No hay forma alguna de evitar “jugar” cuando se lee. Quizá porque la literatura y los libros en general los hacen otras personas que plantean por escrito sus saberes, sus miedos, sus sueños, sus aspiraciones, sus frustraciones y ansiedades, sus saberes; en fin, como personas que son y que se atreven a tratar de decirle algo a alguien que no conocen y que seguramente no conocerán nunca, ya sea en su tiempo o muchos años -décadas, siglos- después, quizá, con la mejor de las suertes.
Sin embargo, cuando pensamos en leer en la escuela lo hacemos creyendo que sólo se lee en las clases de Español, o de Inglés, y en particular en lo referente a la literatura, entendida en sus expresiones de género como la novela, el cuento, la poesía, el teatro, en su formato de libro publicado. Pero nada hay más lejos de la realidad que esta preconcepción de la lectura. Porque también se leen libros de texto, de índole científica y social, artículos y ensayos, instructivos, enciclopedias, formularios, recetarios, revistas y un larguísimo etcétera de textos verbales escritos ex profeso para ser leídos por alguien.
Y otro “sin embargo”: lo que leemos y con lo que nos divertimos en casa, en la escuela o en el transporte no únicamente es “textual” o “impreso”, también es, en un sentido más amplio del término “leer”, lo que vemos y lo que escuchamos, lo que escribimos nosotros mismos y todo signo digno de ser comunicativo, como puede ser la TV (de Aprende en Casa II hasta las series en streaming); el videojuego personal o en línea; los mensajes digitales en redes sociales (texto, voz, emoticones, memes); y todo aquello que es textual u oral con acceso virtual, digital o simplemente electrónico vía internet: libros en formato e-book, audiolibros, blogs y videoblogs, podcast, webinars o simples tutoriales. Todo ello de especialistas o aficionados, gestionado por empresas públicas, privadas o por particulares, derivado de la mayor experiencia de cada uno o simplemente de las aficiones más personales que, en el contexto de la actual pandemia, se tornan vitales ante el encierro domiciliario.
Sin ánimo de ser exhaustivo, estas son algunas de las condiciones de lo que leemos y, honestamente, díganme si alguna de estas vías de la lectura puede no ser divertida, lúdica y por lo tanto significativa, como dicen los especialistas. O bien como nos dice Jesús Silva Herzog-Márquez en un reciente ensayo:
La palabra no es solamente la voz que entretiene y comunica, el vocablo que transmite información, deseo, recuerdos, órdenes. La palabra es nuestra casa. El lenguaje es una habitación que nos esculpe. Residencia, la palabra moldea, en su voz, nuestra experiencia. (Por la tangente, 2020: 177).
Pero que una actividad sea divertida depende en gran medida del jugador. En este caso del lector, y en el contexto escolar, del mediador que son, sin dudarlo, y en principio, los maestros (aunque un mediador puede ser también un amigo, un padre o una madre de familia, un hermano mayor o una hermana menor, entre otros).
Pero ¿qué acciones puede realizar cualquier mediador para compartir su pasión por la palabra, la literatura, el conocimiento susceptible de leerse y gozarse en todas partes, cualquiera que sea la forma del medio que se impone como objeto de lectura?
Uno. Quizá se deba comprender y deslindar qué es lo que se va a leer y cuál es el medio que nos lo facilita. Sin entrar en detalles ociosos, podemos decir, a manera de ejemplo, que no es exactamente lo mismo leer un cuento en un libro impreso que leer una novela en un audiolibro. La diferencia radica en el lector más que en el texto. El grado de control de la atención es distinto en ambos casos y requieren de cierto adiestramiento. Así como las diferencias de fondo que existen entre leer, por ejemplo, Ética para Amador, de Fernando Savater, que escuchar hablar al filósofo de su libro en un video de YouTube durante veinte minutos: concentración, atención, dedicación, tenacidad, curiosidad son habilidades inaplazables en la lectura del libro.
Dos. Una vez detectadas estas diferencias de objetos, medios y calado de la lectura, se puede recurrir al milenario recurso de la lectura en voz alta. Antes en el salón de clase, reunidos en una misma aula, ahora por plataformas de videoconferencia (en tiempo real) o bien por grabaciones tipo podcast (en tiempo diferido), la lectura puede enriquecerse y fomentar lo que considero más importante: un espacio común de convivencia y saberes compartidos.
Tres. Un último aspecto a destacar es la elección de lo que se lee. Como se comentaba al comienzo de esta nota, parecería que sólo la literatura es una lectura divertida válida en la escuela, pero sabemos que no es así. Un reto interesante es leer ciencia a través del libro de texto o de artículos adecuados de temas específicos, leer las matemáticas que contextualicen una fórmula o expliquen un proceso, leer ética o filosofía que explique paradojas y formas de ser y conocer, leer deportes, la demanda física, su historia e inspiración.
Leer no es una broma, decíamos; aunque como el juego que es, leer consiste en hacerlo con la intención de aprender más y mejor, de divertirnos y retarnos personalmente; de comprender, en el más profundo de los sentidos, por qué Newton, por ejemplo, y sus leyes, moldean nuestra realidad física; por qué Copérnico y su teoría del heliocentrismo reformuló la comprensión del universo y el planeta en el que vivimos; o bien, cómo una cabeza “volada” e inverosímilmente idealista, como es la del Quijote de Cervantes, a dúo con la de Sancho, ha ayudado a perturbar y esclarecer, a un mismo tiempo, el sentido de la vida humana desde hace apenas 400 años.
Fuente original: redmagisterial.com.